El primer eclipse total de Sol que atravesará Estados Unidos de costa a costa desde hace 99 años no solo constituye un espectáculo digno de verse, sino también una valiosa oportunidad científica.
Imagínese estar al aire libre durante los eclipses de Sol, disfrutar del universo que parece oscurecerse a su alrededor mientras las observaciones científicas que se realizan al rededor. En otros tiempos, a la gente se le sugería que se fabricase una cámara oscura o incluso que utilizase el rallador de queso de la cocina para presenciar el fenómeno. Pero, en la actualidad existen filtros para observar eclipses parciales o totales que sólo cuestan un dólar.
Ahora cualquiera puede mirar al Sol a través de uno de estos filtros, desde una hora y pico antes de la fase total, y ver cómo desaparece dejando un anillo de diamantes.
Imaginarse que durante los últimos minutos previos a la totalidad, la naturaleza de la luz ambiente cambia, de que se vuelve espectral. Las sombras se hacen más nítidas porque las produce una fina hoz de luz solar en lugar del disco completo del astro. El aire se enfría y el viento se agita. Es posible que bandas de sombras recorran deprisa el suelo.
Cuando falten ya pocos segundos, a medida que la Luna se coloque completamente delante del Sol, se filtrarán sólo unos cuantos haces de luz solar a través de los valles de la Luna, el Sol no se verá sino un arco de brillantes perlas, que van desapareciendo hasta que solo subsiste una, tan destellante que parece el diamante de un anillo; tal vez se percibirá un estrecho y rojizo reborde a los lados de la gema y un anillo blanquecino que rodea la silueta lunar. Y entonces el diamante también desaparecerá. En ese momento puedes y debes apartar los filtros y cabe mirar directamente a lo que queda del Sol, que es una región de su atmósfera hasta ese momento oculta por el cielo azul.
Se trata de la parte media e interior de la corona solar, una emanación de plasma que escapa de la superficie de la estrella. Es aproximadamente igual de brillante que la luna llena (un millón de veces más tenue que el sol de una mañana cualquiera) y tan seguro es mirarla como mirar sin protección a la luna llena. Primero vislumbraremos la corona como el anillo donde están montados los diamantes, y luego se nos presentará en todo su esplendor: un halo de gas de color blanco perlado que se extiende hasta una distancia de varios radios solares. Si tenemos suerte, podremos presenciar una violenta erupción de plasma disparada hacia el espacio interplanetario.
Pero, en realidad, ¿de qué sirve que intente describir para la imaginación con palabras un eclipse total de Sol? Es algo tan asombrosamente conmovedor y hermoso que nunca nadie ha logrado describirlo de la manera adecuada, la transmisión de emociones del momento, que a pesar de todo, me he quedado corto.
La televisión y las pantallas de ordenador tampoco les hacen justicia. Las fotografías aplanan el rango dinámico y se les escapa el impresionante contraste. Estar al aire libre mientras el universo parece oscurecerse, poco a poco al principio y luego más de 10.000 veces en tan solo unos segundos, es completamente desconcertante y despierta un miedo primario a que el Sol desaparezca para siempre.
Las palabras de Pasachoff, Jay M., Astrónomo del Colegio Universitario Williams y Presidente del Grupo de Trabajo sobre Eclipses Solares de la Unión Astronómica Internacional, en la cual su trabajo está financiado por la Sociedad Científica National Geographic y la Fundación Nacional para la Ciencia de EE.UU. Contempló su primer eclipse cuando aún era un estudiante universitario de primer año y se quedó enganchado. Desde entonces, he recorrido el mundo entero para ver 65 eclipses de Sol (incluidos 33 eclipses totales). Esta deseando al igual que millones de personas en el mundo, de que llegue el número 66 este 21 de agosto, cuando la franja de totalidad atraviese los Estados Unidos desde la costa Oeste hasta la Este por primera vez desde 1918.
Si puedes asistir a verlo, será una experiencia única e inigualable.
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