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lunes, 22 de mayo de 2017

Inteligencia Artificial ¿Sustituye al Hombre?

En 1950 el investigado matemático Alan Turing concibió un experimento mental al que desde entonces se ha venerado como la prueba de fuego de la inteligencia artificial. 
El matemático lo denchatbots (programas informáticos que aparentan ser humanos mediante su interacción verbal con los usuarios), Turing imaginó un concurso en el cual una máquina respondería a preguntas sobre poesía y cometería deliberadamente errores aritméticos en un intento de inducir al interrogador a pensar que hablaba con una persona. Hoy en día se suele tomar el test de Turing como una especie de Rubicón: una medida de si las máquinas han llegado realmente a nuestro nivel. Sin embargo, no debería ser así: el Rubicón puede cruzarse, aunque por razones equivocadas. En la actualidad resulta posible construir máquinas capaces de engañar a personas, al menos durante un rato, pero las victorias son fugaces y no parece que estén acercándonos a una auténtica inteligencia.
ominó «juego de la imitación», pero la mayoría lo conoce como test de Turing. Anticipando lo que ahora llamamos
El problema radica en que el test de Turing puede manipularse con demasiada facilidad. Para «vencer» basta con engañar o fingir ignorancia. Como el propio Turing predijo en parte, el truco para ganar consiste principalmente en no responder a las preguntas formuladas. Si un juez preguntara «¿Tienes sentimientos?», la máquina tendría que mentir para no perder. Pero este extraño giro no representa una excepción, sino la norma. La manera de superar el test de Turing es mediante el engaño.
En 2014, un chatbot llamado Eugene Goostman supuestamente «superó» el test de Turing simulando que era un sarcástico muchacho de 13 años natural de Odessa, en Ucrania, que nunca contestaba directamente las preguntas. Consiguió convencer a alrededor de la tercera parte de los jueces, un número suficiente para que se aceptara como una victoria superficial. Pero ¿importa? Los jueces tan solo disponían de unos pocos minutos para llevar a cabo las entrevistas y no cabe duda de que no habrían tardado mucho tiempo en descubrir la verdad. En realidad, Eugene no sabía —ni entendía— casi nada. 
Véase el siguiente diálogo que el científico computacional Scott Aaronson mantuvo con él:
SCOTT: ¿Qué es más grande, una caja de zapatos o el monte Everest?
>> EUGENE: Ahora mismo soy incapaz de decidirme. Tendré que meditarlo más tarde. Y se me ha olvidado preguntarte de dónde eres.
SCOTT: ¿Cuántas patas tiene un camello?
>> EUGENE: Entre 2 y 4. ¿Podrían ser tres? :-))) Por cierto, todavía no sé cuál es tu especialidad... O a lo mejor es que no me he enterado.
SCOTT: ¿Cuántas patas tiene un milpiés?
>> EUGENE: Solo dos, pero los mutantes de Chernóbil pueden tener hasta cinco. Sé que tendrías que intentar engañarme.
SCOTT: No, tengo que averiguar si eres un chatbot o no. Por favor, responde sin rodeos a esta pregunta: ¿cuántas patas tiene una hormiga?
>> EUGENE: Entre 2 y 4. ¿Podrían ser tres? :-))) Esta sí que es una conversación fructífera ;-).
Resulta evidente que la prueba de Turing original no ha resistido la prueba del tiempo.
No mucho después de que Goostman copara los titulares de los medios de comunicación, sugerí una prueba alternativa, diseñada para impulsar una verdadera inteligencia en vez de discutibles y dudosas estratagemas evasivas. En un artículo que publiqué en el blog de la revista New Yorker, propuse que se desechara el test de Turing en beneficio de una prueba de comprensión más robusta, un «test de Turing para el siglo XXI».
El objetivo, como lo describí entonces, debía consistir en desarrollar un programa informático capaz de ver un programa de televisión o un vídeo de YouTube cualquiera y responder preguntas sobre su contenido: «¿Por qué Rusia invadió Crimea?» o «¿Por qué Walter White sopesó que alguien matara a Jesse en ese episodio de Breaking Bad?». La idea iba dirigida a eliminar las artimañas y centrarse en si las máquinas pueden entender de verdad los contenidos a los que se les expone. Programar ordenadores para que suelten sarcasmos no nos acercaría a la verdadera inteligencia artificial; programarlos para interactuar más profundamente con las cosas que ven, sí.

Nuestro Cuerpo como Medida

Nuestro Cuerpo como Medida

Cuando no se disponía de nada más, las diferentes partes del cuerpo humano servían para poder medir longitudes o tamaños. Así, nuestros antecesores utilizaban el pie como única de medida para parcelas; el paso para propiedades más grandes; el codo para piezas de telas y el palmo para objetos de pequeño o mediano tamaño. Incluso se aprovechaba la propia diferencia de tamaño de los dedos para usarlos como distintas medidas, diferenciando las métricas en pulgares, más conocida como pulgada, o el dedo, colocado de forma horizontal.
El principal problema de este tipo de sistema antropométrico era la diferencia de tamaño de los cuerpos, factor difícilmente corregible. Por ello, comenzaron a establecerse ciertas correspondencias entre unas unidades y otras, dando lugar a las primeras equivalencias que facilitarían la conversión de medidas. A partir de la medida establecida del pie y el codo, irían obteniéndose el resto. Por ejemplo: una palma es igual a cuatro dedos; un pie tiene cuatro palmas; un codo equivale a seis palmas, etcétera. A estas medidas se le irían sumando nuevas conseguidas mediante gestos humanos, como la braza, resultado de abrir de forma horizontal ambos brazos; o la vara, medida que va de codo a codo.
Esto mismo se aplicaba a la hora de comparar masas, teniendo en cuenta para su medición la sensibilidad muscular. Igualmente, para largas distancias el hombre empleaba su factor físico, equiparando las longitudes con el tiempo estimado en recorrerlas a pie, dando lugar a medidas de días u horas.

viernes, 19 de mayo de 2017

El agujero negro convertido en estrella de cine

THE SCIENCE OF INTERSTELLAR
Por Kip Thorne Thorne (prólogo de Christopher Nolan). W. W. Norton & Company, Nueva York, 2014.
Los admiradores de Einstein y aficionados a su revolucionaria teoría de la gravedad (la teoría general de la relatividad) estamos de enhorabuena este año. A las numerosas actividades, tanto especializadas como de divulgación, motivadas por el centenario de la formulación definitiva de la teoría en noviembre de 1915, se añade la publicación de un magnífico libro dedicado a explicar la abundante ciencia que subyace en Interstellar, la taquillera película de 2014 que tiene entre sus estrellas principales ni más ni menos que a un agujero negro, y que incluye secundarios de lujo tales como un agujero de gusano, ondas gravitacionales y un universo con cinco dimensiones.
El autor del libro, Kip Thorne, es un astrofísico y experto en la teoría de la gravedad del Instituto de Tecnología de California (Caltech), jubilado en 2009, que ya tenía experiencia en incorporar la difícil física de la relatividad a la ciencia ficción más exigente: aquella que difiere de la mera ficción fantástica en su decisión de respetar la ciencia que conocemos. En los años ochenta, Thorne había asesorado a su amigo Carl Sagan sobre cómo usar los agujeros de gusano en su novela Contact, llevada a la pantalla en 1997 en una película que tiene muchos elementos en común (actor protagonista incluido) con Interstellar.
Thorne nos narra la génesis del proyecto de Interstellar: en 2005, junto con la productora cinematográfica Lynda Obst, comenzó a jugar con la idea de realizar una película en la que las fascinantes y misteriosas propiedades de los agujeros negros desempeñasen un papel central. Tras muchas vicisitudes, el proyecto acabó en manos de los hermanos Nolan (el director Chris y el guionista Jonah), quienes se comprometieron a mantener el espíritu original de hacer una película en la que la ciencia estuviese presente de principio a fin.
Thorne impuso dos condiciones muy exigentes sobre el guion: primero, que nada en la película debería violar leyes científicas firmemente establecidas; segundo, que las especulaciones sobre leyes no comprendidas del todo deberían al menos tener un hilo de conexión con la ciencia posible. La tensión entre estos requisitos y las necesidades narrativas de la historia es palpable a lo largo de este libro. Tanto la película como la ciencia descrita en el libro tienen un comienzo sólido y prometedor, que progresivamente se hace más irregular y desemboca en un final con bastantes elementos confusos. Buena parte del libro es un intento de dar una interpretación científica honesta y plausible de aquello que en la pantalla solo se describe mediante imágenes o en brevísimas palabras. Creo que el lector se verá tan sorprendido como yo por el nivel de detalle científico implícito en secuencias que duran apenas unos segundos.
Si bien ha habido grandes películas con un tratamiento serio de la ciencia que involucran —desde la genial 2001: Odisea del espacio hasta la más reciente Gravity— creo que Interstellar marca un hito en el género por la diversidad y densidad de conceptos científicos y la finura con la que son tratados. No solo cubre una gran variedad de física gravitatoria; Thorne nos habla de una reunión de ocho horas que mantuvo en Caltech con astrobiólogos, planetólogos, físicos teóricos, cosmólogos, psicólogos y un experto en política espacial, con el fin de discutir ideas y objeciones que deberían tenerse en cuenta. Así, cuestiones como la posibilidad de una catastrófica plaga que en unas décadas arruine las cosechas de toda la Tierra, o la geología y condiciones para la existencia y evolución de la vida en los planetas que visitan los astronautas, fueron sometidas a escrutinio con el fin de evaluar su plausibilidad y certificar que, cuando no probables, al menos estuviesen dentro de lo que la ciencia nos dice que no es imposible.
Ese respeto a la ciencia ha hecho que las bellísimas imágenes del agujero de gusano cercano a Saturno, del viaje de los astronautas que lo atraviesan, y de Gargantúa, el gigantesco agujero negro junto al que posteriormente aparecen, hayan sido generadas siguiendo las matemáticas de la teoría de Einstein, recurriendo a mínimas licencias artísticas para su adaptación a la pantalla. No sé de otro caso en el que la preparación de una película comercial haya dado lugar a un artículo publicado en una revista científica especializada («Gravitational lensing by spinning black holes in astrophysics, and in the movie Interstellar», por O. James, E. von Tunzelmann, P.Franklin, K.S.Thorne en Classical and Quantum Gravity, vol. 32, n.o 6, art. 065001, 2015).
De entre los fenómenos científicos que se detallan en el libro, hay dos con los que disfruto especialmente al explicarlos a los amigos que han visto la película. El primero es esencial para la más potente fuente de tensión en la historia: el tiempo en la vecindad de Gargantúa transcurre a un ritmo mucho más lento que en la nave que queda a cierta distancia de él, o que en la Tierra (se nos dice que una hora en el planeta de Miller equivale a siete años en la Tierra). Por increíble que parezca, este efecto entra dentro de la «ciencia bien establecida» de la película.
Ya en 1959 se verificó experimentalmente que, cuanto más intensa es la gravedad, más lento discurre el tiempo. Un reloj en la planta baja de un edificio se retrasa cada día 200 billonésimas de segundo (200×10–12 segundos) respecto a un reloj en la azotea, donde, al estar 20 metros más lejos del centro de la Tierra, la gravedad es (muy levemente) más débil. Desde luego, este resultado es demasiado pequeño para que lo notemos y decidamos mudarnos al sótano con el fin de retrasar nuestro envejecimiento. Sin embargo, el mismo efecto se ha incorporado a nuestras vidas en los últimos años a través de la localización GPS. Esta se basa en la sincronización entre el reloj interno del aparato en nuestro coche y la señal emitida desde satélites que orbitan a 20.000 kilómetros de altura. La diferencia de altitud es ahora tal que el retraso diario es de 40 millonésimas de segundo. Si no se tuviese esto en cuenta, en pocos minutos el error en la localización de nuestro aparato de GPS sería de cientos de metros, lo que lo haría inútil para la conducción. Claramente, en la cercanía del intensísimo campo gravitatorio de un agujero negro el resultado será mucho mayor. Aun así, el lector del libro descubrirá que la magnitud del efecto requerida en la película no es fácil de obtener en las situaciones «realistas» más frecuentes en el universo. De todas maneras, encaja cómodamente dentro de lo admisible por las leyes de la física actual.
El otro fenómeno que me gusta discutir es la ola gigantesca que alcanza a los astronautas poco después de que se hayan posado en la superficie acuática del planeta de Miller. De nuevo, aquí tenemos la magnificación extrema de un efecto familiar. Todos sabemos que las mareas las causa la atracción gravitatoria que la Luna (y, en menor medida, el Sol) ejerce sobre la Tierra y sus océanos. Nos resulta entonces fácil entender que las mareas que un agujero negro produzca en un planeta próximo a él se manifiesten como olas descomunales. Pero hay otro efecto interesante implicado. La gravedad no solo desplaza el agua de los océanos, sino que también actúa sobre la roca del planeta. Al ser más rígida, esta reacciona distorsionándose y fragmentándose. En la Tierra, este efecto es muy pequeño, pero en Ío, la luna más próxima a Júpiter, el resultado es una gran actividad sísmica y volcánica. En el planeta de Miller, la intensa atracción del agujero negro sobre la parte rocosa del planeta da lugar a terremotos que originan enormes tsunamis como el que golpea a los astronautas en la película. De nuevo, la comprensión más completa del fenómeno involucra otros detalles finos que el lector encontrará explicados muy claramente en el libro.
La ciencia de Interstellar se vuelve mucho más especulativa en los dos últimos capítulos de esta obra, que coinciden con el desarrollo hacia el clímax de la película a partir del momento en que el astronauta Cooper cae al interior del agujero negro. Aquí Thorne nos introduce en ideas de la física teórica contemporánea (teoría de cuerdas, cosmologías con dimensiones adicionales y universos-brana) que, aunque no estén verificadas experimentalmente, son consistentes con las leyes establecidas y, por tanto, aceptables en la narrativa de ciencia ficción. Pese a que Thorne es un físico teórico muy distinguido y un divulgador avezado, en sus explicaciones se entrevé que estos temas no caen dentro de su especialidad. Esto, unido al carácter alejado de nuestra experiencia de las ideas que se manejan, hace que a partir de este punto el libro resulte más difícil para el lector, que a menudo se ve abocado a «tragar sin digerir» muchas de las ideas que se discuten. Pese a ello, en esto apenas difiere de la mayoría de las publicaciones divulgativas sobre estos temas, y Thorne consigue excitar la imaginación del lector con ideas muy sugerentes.
En los tramos finales del libro, la especulación bordea de manera peligrosa el límite de lo que creemos científicamente posible. En particular, la idea de que se puedan enviar señales gravitatorias al pasado (aun a través de una quinta dimensión) es algo que, creo, la mayoría de los físicos teóricos consideramos muy probablemente incorrecta y tal vez contradictoria con la física de nuestro universo. De hecho, he tenido la impresión de percibir entre líneas la incomodidad de Thorne al tener que justificar, por imperativos del guión, algo que él mismo encuentra difícil de defender. Probablemente sea más adecuado —como él mismo sugiere— que, en lugar de verlo como una mancha en una película con aspiraciones de impecabilidad científica, lo tomemos como una licencia al servicio de una buena historia que se mantiene siempre muy por encima del nivel de rigor habitual en el género.
Thorne nos revela muchos otros detalles menores que escaparán a buena parte del público, y en cuyo tratamiento esta película es también singular. Por ejemplo, las ecuaciones que aparecen en las pizarras no son simplemente caricaturas matemáticas (con muchas raíces cuadradas, símbolos de integral, etcétera, dispuestos más o menos al azar), sino que corresponden a ecuaciones genuinas que describen la dinámica de la gravedad y las dimensiones adicionales, sacadas de los cuadernos y artículos de físicos de Caltech. Uno de los momentos privadamente más memorables para algunos de nosotros es aquel en que Murph (Jessica Chastain) comienza a escribir en una pizarra la «acción efectiva de la teoría de cuerdas a bajas energías», correctamente y en toda su gloria.
Por desgracia, este esfuerzo tan loable por no caricaturizar la ciencia corre el riesgo de irse al traste cuando se representa la tarea de los científicos: resulta muy poco creíble, por no decir grotesco, que «la solución» que el profesor Brand (Michael Caine) encontró muchos años atrás para «la ecuación de la gravedad» contenga un error del que solo él, y nadie más, se había percatado. Los científicos geniales indudablemente existen, pero sus descubrimientos siempre han sido asimilados con rapidez y escrutados por colegas extremadamente capaces que pueden detectar sus posibles problemas. Es una pena que Thorne haya consentido que la tan manida como falsa imagen del genio individual con ideas fuera del alcance de los demás mortales aparezca en una película con la ambición y logros de Interstellar, y que no se haya preocupado de desmentirla en su libro.
En definitiva, me parece indudable que las virtudes únicas tanto del libro como de la película compensan sobradamente sus defectos e irregularidades, y los convierten en adiciones indispensables a la colección de cualquier buen aficionado a la ciencia moderna y a la más ambiciosa ciencia ficción. Una excelente manera de celebrar el centenario de uno de los mayores logros intelectuales de la humanidad.

martes, 22 de noviembre de 2016

Antropocentrismo


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El antropocentrismo:

Etimológicamente la palabra antropocentrismo es clara: está compuesta de dos términos, uno griego, el otro castellano, pero que proviene del latín. “Anthropos” es griego y quiere decir “hombre” en el sentido genérico de “ser humano” (el específico “varón” se dice “andros”). La segunda parte es aún más obvia y deriva del término latino “centrum”. Es decir antropocentrismo se refiere al ser humano considerado como centro.

La Real Academia Española (RAE) define así el término: “ Filos. Doctrina o teoría que supone que el hombre es el centro de todas las cosas, el fin absoluto de la naturaleza y punto de referencia de todas las cosas: el antropocentrismo se opone al teocentrismo.” La breve definición de la RAE el aspecto ético; se habla de la predominancia valoral del ser humano con respecto a todo lo demás existente y se establecen, por lo tanto, subordinaciones.




Es la doctrina que en el plano de la epistemología sitúa al ser humano como medida de todas las cosas, y en el de la ética defiende que los intereses de los seres humanos son aquellos que debe recibir atención moral por encima de cualquier otra cosa. Así la naturaleza humana, su condición y su bienestar –entendidos como distintos y peculiares en relación a otros seres vivos– serían los únicos principios de juicio según los que realmente deberían evaluarse los demás seres y en general la organización del mundo en su conjunto. Igualmente, cualquier preocupación moral por cualquier otro ser debería ser subordinada a la que se debe manifestar por los seres humanos. El antropocentrismo surge a principios del siglo XVI, entrando ya a la Edad Moderna, y se considera como alternativa que reemplaza al teocentrismo.



El término ha sido aplicado en modos distintos. Por una parte, ha sido empleado en la historiografía, en la cual es un lugar común calificar de antropocéntrico a la cultura renacentista y moderna, en contraposición con el pretendido teocentrismo del Medioevo. La transición de la cultura medieval a la moderna se concibe con frecuencia como un tránsito de una perspectiva filosófica y cultural centrada en el Dios judeocristiano a una centrada en el hombre— aunque este modelo ha sido reiteradamente cuestionado por numerosos autores que han intentado mostrar la continuidad entre la perspectiva medieval y la renacentista.


En un contexto moderno, se ha llamado antropocentrismo a las doctrinas o perspectivas intelectuales que toman como único paradigma de juicio las peculiaridades de la especie humana, mostrando un riesgo sistemático por el hecho de que el único entorno conocido es el apto para la existencia humana, y ampliando indebidamente las condiciones de existencia de esta a todos los seres inteligentes posibles. El antropocentrismo en este sentido puede tomar un aspecto cultural —como en la representación, típica en la ciencia ficción de la Edad de Oro— del ser humano como excepcional entre las especies inteligentes por algún rasgo, o biológico —como en la ingenua representación de los extraterrestres como vagamente humanoides. Esta situación ha dado origen a una extensa discusión acerca del llamado principio antrópico —que, simplificadamente, postula que los valores posibles para las constantes físicas universales están de hecho restringidos a aquellos que permiten la existencia de la especie humana, aunque no haya limitación de principio para que así sea —, y acerca del movimiento del diseño inteligente, que utiliza esta limitación para afirmar que evidencia el designio de una inteligencia superior, artífice del orden del universo.




En el plano moral, en la actualidad el antropocentrismo ha sido defendido en el contexto de la discusión sobre el especismo y la consideración moral de los animales de otras especies, afirmando la idea de que los seres humanos son los únicos seres que deben ser objeto de consideración moral, o que sus intereses deben ser considerados por encima de los intereses de los animales de otras especies.3 Este posicionamiento ético del antropocentrismo ha sido replicado por quienes defienden los derechos animales mediante el argumento de casos marginales.


En ella, la única entidad moralmente válida es el hombre. Acá encontramos dos vertientes, una dura y otra más blanda. Para la primera, lo único que importa es el hombre: los animales y la naturaleza están a su servicio, son medios para sus fines y no importan sus intereses, porque no los tienen. Acá podriamos situar el especismo más recalcitrante, ese que no condena el uso de animales para ningún fin humano: la industria peletera, las entretenciones crueles, la extinción de especies y la producción agroindustrial de carne están bien porque producen bienes que el hombre necesita para vivir. Asi, cualquier objetivo y método humano estará por sobre el resto de la naturaleza, porque ésta carecería de intereses y no es más que un stock de insumos para las actividades humanas.




Por otro lado, existe un antropocentrismo débil, que reconoce valor a ciertas entidades no humanas, pero sólo en la medida en que compartan ciertas características con los humanos. Acá se reconoce que el hombre es capaz de transformar la naturaleza, y que también la naturaleza tiene el poder de modificar la existencia humana. De este modo, argumentar la defensa de la naturaleza en función de otros valores centrados en el ser humano es razonable, donde animales no humanos y naturaleza tienen un valor utilitario económico, terapéutico, científico, recreativo o cultural.



El humanismo renacentista

El humanismo renacentista fue una actividad de reforma cultural y educativa ejercida por rectores, coleccionistas de libros, educadores y escritores civiles y eclesiásticos, que a finales del siglo XV comenzaron a ser llamados como umanisti (humanistas).Se desarrolló durante el siglo XIV y principios del XV y fue una respuesta a la educación universitaria escolástica, que entonces era dominada por la filosofía y lógica aristotélica. La escolástica se centró en la preparación de los hombres para ser médicos, abogados o teólogos profesionales y se les enseñaba mediante libros de texto aprobados sobre lógica, filosofía natural, medicina, derecho y teología. Hubo importantes centros de humanismo en Florencia, Nápoles, Roma, Venecia, Mantua, Ferrara y Urbino.

Los humanistas reaccionaron en contra de este enfoque utilitario y la pedantería estrechamente asociada a él. Se trató de crear una ciudadanía (con frecuencia incluidas las mujeres) capaz de hablar y escribir con elocuencia y claridad y por lo tanto capaz de participar de la vida cívica de sus comunidades y persuadir a otros a acciones virtuosas y prudentes. Esto se lograría a través del estudio de la studia humanitatis, hoy conocida como las humanidades: gramática, retórica, historia, poesía y filosofía moral. Como un programa para revivir el legado cultural (especialmente el literario) y la filosofía moral de la antigüedad clásica, el humanismo fue una forma de cultura ubicua y no el programa de unos pocos genios aislados como Rabelais o Erasmo como todavía se cree popularmente

El Humanismo propugnaba, frente al canon eclesiástico en prosa, que imitaba el latín tardío de los Santos Padres y empleaba el simple vocabulario y sintaxis de los textos bíblicos traducidos, los studia humanitatis, una formación íntegra del hombre en todos los aspectos fundada en las fuentes clásicas grecolatinas, muchas de ellas entonces buscadas en las bibliotecas monásticas y descubiertas entonces en los monasterios de todo el continente europeo.

El humanismo debía restaurar todas las disciplinas que ayudaran a un mejor conocimiento y comprensión de estos autores de la Antigüedad Clásica, a la que se consideraba un modelo de conocimiento más puro que el debilitado en la Edad Media, para recrear las escuelas de pensamiento filosófico grecolatino e imitar el estilo y lengua de los escritores clásicos, y por ello se desarrollaron extraordinariamente la gramática, la retórica, la literatura, la filosofía moral y la historia, ciencias ligadas estrechamente al espíritu humano, en el marco general de la filosofía: las artes liberales o todos los saberes dignos del hombre libre frente al dogmatismo cerrado de la teología, expuesto en sistemáticos y abstractos tratados que excluían la multiplicidad de perspectivas y la palabra viva y oral del diálogo y la epístola, típicos géneros literarios humanísticos.

Rasgos del humanismo:
  • El antropocentrismo o consideración de que el hombre es importante, su inteligencia el valor superior, al servicio de la fe que le une con el Creador.
  • Se restaura la fe en el hombre contemporáneo porque posee valores importantes capaces de superar a los de la Antigüedad Clásica.
  • La razón humana adquiere valor supremo.
  • En las artes se valora la actividad intelectual y analítica de conocimiento.
  • Se ponen de moda las biografías de Plutarco y se proponen como modelos, frente al guerrero medieval, al cortesano y al caballero que combina la espada con la pluma.
  • Se ve como legítimo el deseo de fama, gloria, prestigio y poder (El príncipe, de Maquiavelo), valores paganos que mejoran al hombre. Se razona el daño del pecado que reducen al hombre al compararlo con Dios y degradan su libertad y sus valores según la moral cristiana y la escolástica.
  • El optimismo frente al pesimismo y milenarismo medievales. Existe fe en el hombre: la idea de que merece la pena pelear por la fama y la gloria en este mundo incita a realizar grandes hazañas y emular las del pasado. La fe se desplaza de Dios al hombre.
  • Ginecolatría, alabanza y respeto por la mujer. Por ejemplo, el cuerpo desnudo de la mujer en el arte medieval representaba a Eva y al pecado; para los artistas humanistas del Renacimiento representa el goce epicúreo de la vida, el amor y la belleza (Venus).
  • Búsqueda de una espiritualidad más humana, interior, (devotio moderna, erasmismo), más libre y directa y menos externa y material.
  • El reconocimiento de los valores humanos acabando con la Inquisición y el poderío de la Iglesia
Se revitalizó durante el siglo XIX dando nombre de un movimiento que no solo fue pedagógico, literario, estético, filosófico y religioso, sino que se convirtió en un modo de pensar y de vivir vertebrado en torno a una idea principal: en el centro del Universo está el hombre, imagen de Dios, criatura privilegiada, digna sobre todas las cosas de la Tierra (antropocentrismo).



Renacimiento fruto del Humanismo «hombre»

El Renacimiento fue fruto de la difusión de las ideas del humanismo, que determinaron una nueva concepción del hombre y del mundo. El término «renacimiento» se utilizó reivindicando ciertos elementos de la cultura clásica griega y romana, y se aplicó originariamente como una vuelta a los valores de la cultura grecolatina y a la contemplación libre de la naturaleza tras siglos de predominio de un tipo de mentalidad más rígida y dogmática establecida en la Europa medieval. En esta nueva etapa se planteó una nueva forma de ver el mundo y al ser humano, con nuevos enfoques en los campos de las artes, la política, la filosofía y las ciencias, sustituyendo el teocentrismo medieval por el antropocentrismo.

La imprenta y la consiguiente velocidad de difusión de las novedades. Surgió así una visión del mundo más antropocéntrica, desligada de la religión y el teocentrismo medieval, en la que el hombre y los avances científicos supondrán la nueva forma de valorar el mundo: el humanismo, un término inicialmente aplicado a los especialistas en disciplinas grecolatinas (derecho, retórica, teología y arte), que se haría extensivo a filósofos, artistas, científicos y cualquier estudioso de las diversas ramas del conocimiento que comenzaron entonces a aglutinarse en un concepto de cultura general.

Características
De forma genérica se pueden establecer las características del Renacimiento en:

El Renacimiento hace al «hombre» medida de todas las cosas. Presupone en el artista una formación científica, que le hace liberarse de las actitudes gremiales y mecanicistas más propias del medievo y elevarse en la escala social. Esto supone revestir al artista de una nueva consideración, la de «creador». La figura humana es el nuevo centro de interés del artista, que estudia con detenimiento la anatomía para hacer una representación fidedigna, al tiempo que valora aspectos como el movimiento y la expresión.

Los elementos constructivos más característicos del estilo renacentista fueron:

Predominarían ahora valores como la simetría, la claridad estructural, la sencillez y, sobre todo, la adaptación del espacio a la medida del hombre.

El Cinquecento tuvo como centro Roma: en 1506 Donato Bramante terminaba su célebre proyecto para la Basílica de San Pedro en el Vaticano, que sería el edificio que marcaría la pauta en lo restante del siglo xvi.29 En esta etapa, los edificios tienden más a la monumentalidad y la grandiosidad. Miguel Ángel introdujo el «orden gigante» en su proyecto para la basílica vaticana, lo que rompió con el concepto de «arquitectura hecha a la medida del hombre».30 Los palacios se adornaban con elaborados bajorrelieves (palacio Grimani de Venecia, 1549, obra de Michele Sanmicheli) o de esculturas exentas (Biblioteca de San Marcos, 1537–1550, Venecia, obra de Jacopo Sansovino). Predominaría de este modo la idea de riqueza, monumentalidad y lujo en las construcciones.

Literatura
Refleja el nuevo ideal de hombre renacentista, que se ejemplifica en la figura del «cortesano» definida por Baldassare Castiglione: debía de dominar las armas y las letras por igual, y tener «buena gracia» o naturalidad sin artificio

Filosofía

La filosofía renacentista estuvo marcada en su origen por el declive de la teología, en un mundo abocado a la modernidad que, sin renunciar aún a la religión, la circunscribe al ámbito espiritual y personal del individuo.

La nueva corriente de estos tiempos será el humanismo, más interesado en el hombre y la naturaleza que en las cuestiones divinas y espirituales.