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miércoles, 28 de agosto de 2019

El Hombre Lobo de Vitruvio

Cuento literario
Anonimus

"Cuando tu ojos prueben la sangre llena    de la luna, te perderás en ella"

Esas fueron las palabras que musitó mi padre cuando agonizaba, cuando se quedó sin aliento.

Estaba muriendo en aquella cama —vió a la muerte venir— y decidió despedirse de mi madre y de mi, la llamó a ella primero, no supe que hablaron, pero después de un rato me llamó. Luego de desearme una vida tranquila y aconsejarme sobre el deber de un hombre, me dijo con sus últimas fuerzas.

   —Hijo, hay algo más que debes saber, que debo decirte...
   —¿Qué es padre? —le respondí con mis ojos envueltos en lágrimas, con el dolor que antecede a la muerte de un ser querido, con mi alma destrozada.
   —¿Recuerdas la historia del lobo?
   —Sí.
   —Bien, él no era un animal, era un ser perturbado, no sé si llamarlo humano o una aberración de la naturaleza, pero antes de morir.... —lo interrumpió la tos producto de la neumonía que lo había acabado, limpié la sangre de sus labios y prosiguió— perdón hijo, me queda poco tiempo, así que seré breve; él antes de morir y dejarme su colmillo clavado en el hombro, regresó a su forma humanoide y me dijo que mi descendencia, llevaría su maldición, porque ya estaba en mi sangre, luego me aconsejó que si tenía un hijo, le dijera lo siguente:
   «Cuando él vea la luna roja, cuando sus ojos prueben la sangre llena de la luna, se perderá en ella».
   No sé, si eso sea verdad o no, debes tu sacar tus propias conclusiones pues... —de nuevo la tos lo interrumpió, ésta vez más intensa, pero en un último intento por inhalar aire, él solo suspiró, sus pupilas se perdieron y dejó de respirar... Mi padre había muerto.

Mi madre corrió a abrazarlo, ya sin «tanto dolor», porque a este punto de sufrimiento, morir es lo que es, un descanso.

Salí de la habitación, de la casa, me senté en la orilla de las escaleras, miré al cielo, era menguante, un menguante que lograba sosegar un poco mi dolor, intentaba pensar y con ello recordar la historia que relataba mi padre, cada vez que bebía, —la contó tantas veces que nunca le puse la debida atención—.

Él platicaba que cuando tenía 18 años, —antes de conocer a mi madre— se encontraba cazando en el bosque, —pues siempre vivió en el campo, cultivaba junto a mis abuelos sus propios alimentos y cazaba uno que otro venado para comer— era una semana previa a nochebuena, y era tradición comer venado, entonces ésta era su primer caza, salió al bosque, con su rifle en mano, caminó y encontró un venado, se acercó muy despacio y cuando creyó estar a punto de tiro, disparó.
El tiro dió a un árbol, espantando al animal, el corrió tras él, adentrándose más en el bosque, —no podía permitirse llegar a casa con las manos vacías— por lo que la obstinación por lograr el reconocimiento de mi abuelo y así poder ser el digno sucesor de él; lo incentivó —de forma inconsciente— a ir más allá entre los árboles y la maleza.
La luna se asomaba y con ella el aullido de un lobo solitario a lo lejos, pero a él no le importó, él continuó buscando al venado para llevarlo a casa.

El camino lo llevó hasta un risco, en donde no había más donde seguir buscando, se quedó un momento pensativo, la noche ya era protagonista y una luna llena iluminaba todo, vió entonces un arbusto moverse, él pensó que quizás era algún jabalí comiendo por lo que preparó su rifle, apuntando hacia el arbusto y disparó sin reparo...
No hubo ruidos, no hubo movimientos, por lo que consideró prudente acercarse a ver si el animal había muerto.
Alcanzó a dar tres pasos y vió una sombra abalanzarse a él, —era un lobo— éste lo atacó, mordiéndole el hombro izquierdo, empezó a pelear con aquel animal, él decía que era el lobo más grande que nunca había visto, que a sus patas eran casi tan robustas como los brazos de un hombre adulto, era pesado y tenía mucha fuerza.
En el forcejeo, recordó que tenía una navaja en su pierna, como pudo y evitando que el animal le destrozara el hombro, puesto que seguía su hocico —como atorado en su piel—. Sacó la navaja y la clavó en las costillas del lobo, moviéndola hacía si mismo, para provocar un corte letal; el lobo de desvaneció sobre él, quedando sin vida por lo que le fue difícil quitárselo de encima, pero sacó fuerzas de supervivencia y como pudo se levantó.

Contaba después que debido a lo pesado del lobo y su hombro casi deshecho, no pudo llevárselo, pero sin darse cuenta uno de los colmillos del animal se había quedado atorado en su carne.

Caminó toda la noche hasta su casa, a paso lento, porque iba cuidando que la herida no sangrara más y terminara por matarlo, llegó a su casa y cayó desmayado en el patio.

Pasó dos días con fiebres y la herida no empezaba a sanar, hasta que mis abuelos detectaron el colmillo incrustado en su piel, lo extrajeron y la herida empezó a sanar.

Mi padre guardaba el colmillo como evidencia y testigo de su historia y siempre que estaba ebrio, mostraba con orgullo la cicatriz y el colmillo que lo usaba de collar...

Tal vez hayan detalles que no recuerde —porque la verdad nunca le puse la debida atención, pues mi padre fanfarroneaba mucho con aquella historia—, quise reconstruirla en mi memoria de la mejor forma que pude para tratar de entender lo que acaba de decirme.

Sin advertirlo, había pasado casi una hora desde que salí y los forenses estaban por llegar a casa...

(...)

El funeral de mi padre ya había pasado hace tres meses, la vida estaba intentando volver a su sitio, yo me sentía incómodo por lo que me había dicho mi padre, pues a pesar que no creo en eso de las supersticiones, maldiciones o seres sobrenaturales, esa historia me sacaba de balance y bueno, ya he buscado en internet, en libros sobre maldiciones de lobos y esas cosas, pero lo único que me arroja es la licantropía, algo que me parece un disparate; he esperado estos meses la luna llena y salgo a verla —a propósito— para ver si sucede algo, pero nada.

Cabe mencionar que mi padre decía que salir bajo la luna llena, era de «mala suerte» y verla era peor, porque siempre me inculcó el respeto y miedo, ya que decía que al verla fijamente, yo quedaría ciego.
Por eso desde que murió, después de 20 años, en estos últimos tres meses, he visto la luna llena, sin los prejuicios de mi padre y en lugar de temerle, he empezado a admirarla, a amarla y a entender porqué sirve de inspiración a los escritores, a los músicos y a la mayoría de las personas...

Empezamos el mes de junio, es el año 2011 y mi cumpleaños es en 15 días, pero también he escuchado en la radio y en la televisión que habrá un eclipse lunar ese mismo día, esto me intriga mucho —tal vez de manera imprudente—, porque mi padre me había aconsejado siempre alejarme las lunas llenas, pero mi curiosidad era mayor y quería descartar toda posibilidad y quitarme esos pensamientos de mi mente.

Mi madre ha empezado a hablar de una fiesta de cumpleaños, pero la verdad poco o nada me importa celebrarlo, no estoy de ánimos, aún no supero la muerte de mi padre, a pesar que estaba sufriendo y la neumonía era un tormento, lo extraño, creo es algo natural y normal, que a pesar de los meses siga en duelo por su ausencia.

Los días pasan y cada vez es más fuerte el eco del eclipse, las personas impacientes porque llegue el día, mi madre por su parte prepara una fiesta de cumpleaños —sorpresa— queriendo invitar a todos mis amigos, a los pocos que tengo, pero ella cree que no me he enterado de nada y yo finjo como que no sé, pero a decir verdad ella es mala para las sorpresas...

La dejo ser, pensando que tal vez eso le ayudaría a aliviar que mi padre ya no está. Incluso ha ido a comprar un vestido para ese día, —a falta de tres días— ella siempre ha sido muy bonita, me tuvo apenas de 20 años, la verdad es que aún es joven y podría rehacer su vida y buscar su paz.

Se llegó el día, es miércoles 15 de junio, mi madre me despertó con un beso y un abrazo de cumpleaños, yo correspondí a eso, le agradecí por el detalle y la abracé recordándole lo mucho que la amo.

    —Ve a comprar ropa Roberto, hoy debes vestirte de la mejor forma. —me dijo, extendiéndome su mano con unos billetes.
    —¿Por qué mamá?
    —¡Es tu cumpleaños!, ¿Qué otro motivo quieres?, Además no te hagas el tonto, sabes bien que tendremos fiesta, además soy mala para las sorpresas, pero aún así quise ser lo más discreta posible. —lo dijo con una alegría superpuesta, queriendo ver la vida por el lado positivo, algo que yo tampoco entendía de ella— ¡Invité además a tus amigos!, Así que hoy no hay excusas! —completó.
    —Está bien mamá, pero lo haré solo por ti.
    —Gracias hijo, me haces muy feliz, eres todo lo que tengo, así que apúrate que la fiesta es en casa de tus abuelos y sabes que son al menos dos horas de viaje.
    —¿Dónde tus padres? —le dije.
    —¡No!, En casa de los padres de tu papá.
    —Pero esa casa, está sola mamá, ellos ni siquiera viven.
    —Pero es más grande, ¡además es tuya! Y así, también tu padre nos acompañará, pues es ahí, donde él creció.

Fuí a comprar un conjunto de ropa, unos zapatos nuevos, lo hice rápido, solo para complacer a mi madre y volver a casa para irnos camino a la casa de mis abuelos.

Llegué y solo empacamos poca ropa y nos fuimos...

La fiesta era a las 7:00 p.m. por lo que llevábamos tiempo suficiente, ya que apenas eran las 12:00 m.d.

Llegamos a casa de mis abuelos y empecé a ver por la ventana que daba a aquel bosque, la ví con nostalgia al pregúntame cuántas veces mi padre vió ese mismo paisaje, por esta misma ventana...

Terminamos los preparativos para la fiesta, los invitados empezaron a llegar, eran casi todos compañeros de la facultad, a algunos ni los conocía bien y otros hasta me desagradaban, pero daba lo mismo. Pensaba que mi padre hubiera querido que disfrutara este día, así que quise hacerlo así.

Empezó la fiesta, el alcohol y las conversaciones, con ello también vino las felicitaciones superficiales de hasta quienes no conocía, la noche siguió su cause y aunque estamos celebrando, también estábamos a expectativa, pues el eclipse iniciaría a las 10:00 p.m.

Eran apenas las 9:17 p.m. y busqué a mi madre, pero no la encontraba por ningún lado, comencé a preguntar a los invitados, hasta que uno me dijo que la vieron afuera hace unos minutos...
Pero al salir, no la veía, la busqué por toda la casa, a los alrededores pero nada y el único lugar que faltaba era el bosque...
Entonces tomé una linterna y fui a echar un vistazo, —solo para descartar la posibilidad— entre pues al bosque y escuché su voz, era lejana pero era ella, parecía estar peleando con alguien, así que empecé a correr y  me dirigí a buscarla...

Los gritos se hacían más claros.
  —¡No!, Por favor, estás borracho yo puedo ser tu madre, ¡Entiende!, ¡No, por favor!
  —Señora, usted no es mi madre, usted me encanta, me vuelve loco, solo vine a la fiesta por verla a usted, nada más. Y no debo dejar pasar la oportunidad, será mia señora.

Al encontrarla, vi a un tipo borracho —o tal vez drogado— intentando abusar de mi madre.

Me abalancé sobre él, con un golpe en su cara, lo que hizo que empujara a mi madre, ella resbaló sobre unas rocas y cayó.

El tipo corrió, hacía dentro del bosque, y yo le pregunté a mamá si estaba bien, a lo que ella asintió con un gesto y entonces fui tras él —debido a su estado—, se le dificultaba correr, pero aún así llegó llegar a un risco, donde salte sobre él, por la espalda y el cayó al suelo, tomó una piedra e intentó pegarme con ella en la cabeza, forcejeando un poco, tomé su cuello y de nuevo en un intento por soltarse, intentó pegarme, está vez lo consiguió, sangró mi cabeza; lo que me hizo quedar desorientado unos segundos, mientras logré hacerme a un lado para evitar que volviera a golpearme, el me miró a los ojos y gritaba —¡Te voy a matar maldito!—, con la piedra en la mano.

Se acercó a mí y quiso de nuevo golpearme, pero esta vez logré pegarle en una rodilla haciéndolo caer, al tenerlo en el suelo, tomé la misma piedra y empecé a golpear su cara, una y otra vez, sin detenerme, lo que provocó que su sangre salpicara en mi rostro, lo golpeé hasta que dejó de moverse...

Al darme cuenta de lo que había hecho, levanté mi cara y miré al cielo, la luna estaba espléndida, llena, atravesó mis ojos, sentí su tez en mi piel, me visitó con su luz roja, la sentí salir por mis poros y abrazar cada pedazo de mi ser, mi piel comenzó a arder, a quemarme, sentía comezón y mis ojos veían un matiz de colores y figuras diferentes, sentía y escuchaba todo con mayor intensidad, sentí mis huesos romperse, crecer y la ropa me apretaba, la arranque con mis propias manos —como si fuera de papel— mi mandíbula se dislocó y sentí a mis dientes ensancharse, me dolía la cabeza, mi piel se volvió áspera y más gruesa, sentirá mucho dolor, sentía cada célula de mi cuerpo, como también se retorcía por el dolor, era tan intenso que me dejó inconsciente....

No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando desperté la luna seguía en su brillo, seguía con su vestido rojo iluminando la noche, la volví a admirarla y de forma espontánea brotó desde mi alma un grito, un grito que no fue otra cosa que un aullido, me levanté e intente caminar para buscar a mi madre, pero no pude sostenerme en pie y caí al suelo, lo que me hizo meter mis manos para evitarlo, y me ví lleno de pelo cobrizo, tenía garras en lugar de uñas y mis brazos eran el doble antes...

Recordé todo, toda la historia de los licántropos, «su maldición», la condena de vivir ocultos en la noche y supe también que John —el hombre que atacó a mi padre—, lo hizo por salvarse él mismo, llevaba oculto en ese bosque por más de 100 años, esperando la ocasión de encontrar el depósito de la maldición para poder ser libre ya que no es un virus que se contagia enseguida, sino que se incuba en la sangre, en tus genes y lo heredas a tu primogénito, así como lo hicieron con el padre de John.

Yo pude haber vivido con eso, —escondiéndome— de la luna llena, evitando los eclipses y más si Marte se refleja en ellos, como pasó ese día; pero mi tonta curiosidad me evitó hacerlo, ahora estoy condenado a seguir y vivir así, hasta que algún tonto se le ocurra venir en luna llena a buscar muerte en el bosque...