Tzukán, la serpiente protectora de cenotes
Para la cultura maya, los cenotes eran portales sagrados que conectaban el mundo de los vivos con Xibalbá (el inframundo), pero tenían un guardián. Esta es una de las #LeyendasDelAgua.
Cuenta la antigua leyenda que de todas las serpientes que habitaban la Tierra, Tzukán, protectora de grutas y cenotes, era única por su gran tamaño y misticismo.
Durante la primera sequía del imperio maya, hace miles de años, se le encomendó a Chaac, Señor de la Lluvia, recoger el agua del subsuelo y llevarla al resto del imperio maya. Chaac montó una bestia alada y buscó el precioso líquido por todas partes, pero los lagos, ríos y cenotes estaban secos. ¿Dónde estaba el agua?
Fatigado por la búsqueda, el Señor de la Lluvia decidió descansar un poco y se sentó sobre un tronco, pero este comenzó a moverse. La deidad y su animal se espantaron al ver que no se trataba de un pedazo de madera, sino del cuerpo de una enorme serpiente. Hambriento, el reptil abrió las fauces y de un sólo bocado devoró a la bestia alada de Chaac antes de que pudiera emprender el vuelo.
El Señor de la Lluvia, iracundo, trepó por el dorso de la serpiente y la azotó con su látigo.
—Ahora tú serás mi montura por haberte comido a mi animal —dijo Chaac.
De pronto, a la serpiente le comenzó a brotar una crin del cuello, de la cual el jinete se sujetó.
—¿Y tú quién eres para azotarme? —dijo enfurecida la enorme serpiente Tzukán.
—Soy Chaac, el Señor de la Lluvia, y ahora también tu señor. Me llevarás al mar para traer agua a los cenotes que están vacíos, porque seguramente tú te la acabaste.
—Soy Chaac, el Señor de la Lluvia, y ahora también tu señor. Me llevarás al mar para traer agua a los cenotes que están vacíos, porque seguramente tú te la acabaste.
Tzukán, aún más enojada, se retorció violentamente para sacudirse a Chaac de encima, pero lo único que consiguió fue que se le inflamaran las crines. Repentinamente, en los costados de su cuerpo aparecieron unas enormes alas que la elevaron y se dirigió al mar.
Al llegar a aquel enorme cuerpo de agua esmeralda, Chaac llenó cientos de vasijas y las ató al lomo de Tzukán. La serpiente estaba asombrada: era la primera vez que veía el mar.
—No volveré a las grutas —dijo Tzukán—. Me quedaré en el mar, aquí tengo mucho espacio y puedo ir a donde quiera.
—Primero debes terminar tu misión —contestó Chaac.
—¿Qué misión? —replicó Tzukán.
—Tú vas a encargarte de vigilar los cenotes y cavernas y jamás habrá de faltarles agua. Serás la guardiana del agua y sólo cuando seas anciana te permitiré regresar al mar —dijo Chaac, quien engañó a la serpiente porque sabía que Tzukán rejuvenecería eternamente.
—No volveré a las grutas —dijo Tzukán—. Me quedaré en el mar, aquí tengo mucho espacio y puedo ir a donde quiera.
—Primero debes terminar tu misión —contestó Chaac.
—¿Qué misión? —replicó Tzukán.
—Tú vas a encargarte de vigilar los cenotes y cavernas y jamás habrá de faltarles agua. Serás la guardiana del agua y sólo cuando seas anciana te permitiré regresar al mar —dijo Chaac, quien engañó a la serpiente porque sabía que Tzukán rejuvenecería eternamente.
De regreso hacia los cenotes, Tzukán derribó a Chaac con un chicoteo de su cuerpo, pero el Señor de la Lluvia agitó su látigo y provocó un trueno que mató de inmediato a la serpiente y la convirtió en miles de gotas de agua que cayeron sobre la tierra.
Los ríos, cuevas y cenotes se volvieron a llenar de agua. Lentamente, en el fondo de una gruta, las gotas de agua se condensaron hasta tomar la forma de la serpiente que creció y de nuevo le salieron alas. Tzukán abandonó su refugio para dirigirse al mar, pero en su camino se encontró a Chaac, quien le lanzó una potente ráfaga de viento y el reptil se transformó en lluvia una vez más.
Aunque la serpiente con crines y alas siempre quiso regresar al mar, quedó condenada, con su eterna muerte y reencarnación, a siempre mantener con agua los cenotes, grutas y ríos de Yucatán.
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